Éxodo 1:1- 6:1

25 Tevet 5781

Estamos entrando esta semana en el segundo de los cinco libros que constituyen la Torá. Este parashá inaugura un nuevo libro, llamado por nuestros sabios ” Sefer Hageulá” (Libro de la Redención) y tiene la particularidad de que todo lo que ocurre en este libro se desarrolla en un colectivo, cuyo actor principal es el pueblo, a diferencia del libro de Bereshit que es el libro de las individualidades desde donde hemos conocido la historia de los patriarcas de Israel: Abraham, Isaac y Yacov.

Con la muerte de Yosef de termina la era de los patriarcas y comienza la crónica de la creación de la nación de Israel a partir de la descendencia de Yacov. 

Aquí se empieza a dibujar un formato de nación. Un pueblo que después de la salida de Egipto se convertirá en Nación. 

Este libro del Éxodo se llama en hebreo “Sh’mot”, el libro de “los nombres” y se inicia con una lista de los nombres de los hijos de Yacov que emigraron a Egipto de la tierra de Canaán, luego del reencuentro de Yosef con sus hermanos y con su padre. Aunque la Torá ya ha mencionado anteriormente los nombres de los hijos de Yacov en vida, vuelve a mencionarlos después de su deceso, para mostrarnos lo importante que eran para Hashem y cuánto los amaba. Los hijos de Israel son comparados con las estrellas del cielo a las cuales Hashem cuenta; de igual manera el pueblo de Israel. Y así como las estrellas iluminan el mundo, los hijos de Israel son llamados a ser luz de las naciones. Hashem nombra a los hijos de Israel por sus nombres para resaltar la importancia de su identidad. Estaban exiliados en Egipto, pero debían conservar su identidad de pueblo de Israel. Es como soltar de peces en el mar, pero tomando el cuidado de ponerles un dispositivo que nos permite saber dónde se encuentran cuando queramos recuperarlos. Así el pueblo de Israel estaba en Egipto, pero tenía una identidad particular que se evidenciaba por su apego a la Torá y el llamado a la no asimilación.

Los analistas encuentran en la palabra “SHEMOT” (NOMBRES) un acróstico de tres preceptos: Shabbat, Milá y Tefilin. Los cuales tienen en común en que los tres son señales. Según la Torá: Shabbat, ” es una señal entre yo y ustedes” (Ex.  31:13); de la Milá (circuncisión) dice “circuncidar la carne de sus prepucios y será una señal de pacto entre yo y ustedes” (GN.  17:11) y en cuanto a la Mitzvá de Tefilin indica que “será una señal en tu brazo y Tefilin sobre tu cabeza” (Ex. 13:16). Veremos a través del estudio de este libro como el Creador mostró señales y prodigios en su proceso de liberación del pueblo de Israel.

Al cabo de varias generaciones en Egipto, los hebreos se fortalecieron de tal manera, que la tierra de Goshén, concedida por el faraón a Yosef para asentamiento de sus familias, ya les quedaba chica y por eso el pueblo de Israel comenzó a expandirse hacia las demás provincias del país y a consolidarse económicamente. 

De acuerdo con lo que nos narra la Torá, resulta evidente que la descendencia de Yacov, se convirtió en poco tiempo en un numerosímo y energético pueblo. Esto queda claro, cuando leemos más adelante en Éxodo 12:37 (Parashá Bo): “Y viajaron los hijos de Israel, cómo seiscientos mil andantes, los varones, además de los niños” en el contexto de la salida del pueblo de Israel de Egipto.

Sin analizar los detalles que nos llevarían a calcular matemáticamente cómo es que el pueblo pudo multiplicarse de tal forma, es indudable, de acuerdo con lo expuesto, que nos encontramos ante un fenómeno demográfico sin precedentes provocado por el Creador del Universo para beneficio del pueblo de Israel y cuyo objetivo final era la transformación de la casa de Yacov en la Nación de Israel. Se creó una situación conflictiva con el gobierno egipcio que dio lugar, más tarde a la emancipación del pueblo hebreo del yugo de la esclavitud y, gracias a la intervención de Hashem en el conflicto, se puso en evidencia el ilimitado poder de Hashem, superior a todas las divinidades egipcias.

En este segundo libro y hasta el final de la Torá, en Devarim, nos adentramos en la vida de Moisés.  Precisamente, en el capítulo 2, hace su aparición Moshé Rabenu, quién es definido por la Torá como el más grande profeta que ha tenido el pueblo hebreo a lo largo de su historia.

En el versículo 2 de este capítulo se dice que: “concibió la mujer y tuvo un hijo, y viéndolo que era bueno (hermoso) Lo escondió 3 meses”.

 ¿A qué se refiere la Torá al decir que “era bueno”? ¿Acaso, no todas las madres ven “buenos” a sus hijos?

Rashí dice que, al nacer Moisés, toda la casa se iluminó. Entonces comprendió la madre que ese niño era ” especial”.

No debemos olvidar el importante papel de las parteras hebreas, Púa y Shifra, en el desarrollo de esta historia. Gracias a la loable acción de estas mujeres, todo el pueblo hebreo fue bendecido: multiplicándose y fortaleciéndose, aún contra toda lógica. Hashem reconoció la buena acción de las parteras y prosperó sus familias: “Por haber temido a D-s”. No se habla aquí de expresiones tales como “fidelidad hacia el pueblo hebreo”, o del “cumplimiento con las básicas normas de respeto a la vida humana”, o de “la importancia de abstenerse a ser cómplice en un delito contra la humanidad”, que indudablemente siempre fueron, son y serán normas de conducta a tener presentes en cada situación, sino que simplemente del “temor a D-s”, cualidad que implica a todas y a cada una de las enumeradas anteriormente. Que hermosa lección la que nos dan estas parteras.

¿Podríamos encontrar alguna similitud entre el decreto del faraón de matar a los niños y la legalización del aborto tan debatido en nuestros días? Yo creo que sí.

 ¡Cuántos males se evitarían si las personas tuviesen temor de D-s antes de cometer un crimen o delito!

Siguiendo con los sucesos narrados aquí, podríamos preguntarnos: ¿Por qué Moisés?

Un hombre de “pesado habla”.  ¿Por qué D-s utilizó a alguien que debía usar un intermediario para ser entendido?

Tal vez era eso justamente lo que D-s quería. Levantar como líder a un hombre cuyas imperfecciones fueran evidentes para que el pueblo no mirara al líder, sino que se concentrara en el mensaje que él portaba.  Es interesante que el nombre “Moshé” no es un participio pasado como debería ser, según se ha entendido: que ese nombre le fue dado a él porque fue sacado de las aguas por la hija del faraón. Según el rabino medieval Ovadía Seforno significa ” el que extrae de las aguas” en tiempo presente lo cual se interpretaría entonces como el niño que salvará al pueblo de las aguas: puesto en una “Teva” y ser salvado de las aguas para luego ser “salvador del pueblo”. La palabra “Teva” (cesta o arca) es mencionada en la Torá dos veces: la primera en el relato del diluvio en Bereshit y la segunda en este segundo capítulo de Shemot con Moisés. En ambos casos se trata de la protección de D-s en medio de las aguas. El agua, portadora de vida y de ilimitados beneficios para los seres vivos. El agua que simboliza la Torá, que es la fuerza vital que impulsa al hombre hacia su Creador.

Los hebreos sufrían un castigo desmesurado y una esclavitud amarga. El incidente de Moisés donde mata al egipcio y el de la pelea de los hermanos hebreos, luego del cual huyó, nos presentan a un hombre comprometido con la causa hebrea y para quien era importante lo que acontecía a sus compatriotas. Estos dos conflictos se nos presentan aquí para hacernos conocer la personalidad del futuro gran profeta y también para hacernos ver cuán caótica era la situación social que estaba viviendo el pueblo de Israel en esos momentos.

Las cualidades personales de Moisés resultan de suma importancia para comprender el motivo por el cual fue precisamente él; persona que no sufrió la opresión del yugo egipcio y al que le fue procurada una infancia ” de lujo”, en absoluto contraste con las penurias y privaciones de sus compatriotas, el elegido por Hashem para liberar a su pueblo.

En el capítulo 3, encontramos la narración de la experiencia de la zarza ardiente. Al parecer, lo que llamó la atención de Moisés no fue la presencia del ángel del Eterno, sino el hecho de que la zarza no se consumía. Ello se debía a que el ángel era el fuego mismo y Moisés no lo discernía físicamente. Lo que resultaba para él un espectáculo delirante era el arbusto resistente a las llamas.

Una hermosa metáfora compara a esta zarza ardiente con el pueblo de Israel al cual se ha intentado “consumir” en muchas ocasiones, pero al estar Hashem en su seno, aunque no se pueda percibir físicamente, Israel se convierte en un árbol imperecedero.

El vínculo directo y sin intermediarios, entre D-s y Moisés, queda evidenciado por el hecho de que es Hashem mismo quien llama a Moisés por su nombre y no el ángel.

D-s le da la orden a Moshé de ir ante el faraón para que deje libre al pueblo y Moisés le pregunta: ” pero ¿quien soy yo? ¿Por qué a mí? Y Hashem le contesta: “Porque yo estoy contigo”. ¿Habrá una razón más poderosa para animarnos a “ir”, que el hecho de que el Creador del Universo vaya con nosotros?

Moisés se nos presenta como un ser receloso y especulativo que acata las órdenes solamente cuando le son impuestas y no se considera apto para cumplir con el honorable encargo de liberar al pueblo de Israel del yugo egipcio. Sin embargo, era poseedor de una impulsiva personalidad y de allí que no podemos obviar las especiales cualidades humanas demostradas por él en varias oportunidades y reflejadas en su decidida y valiente actitud ante las injusticias. Habiendo sido criado en el palacio del faraón, conocía el valor de la libertad.

Si analizamos el contenido de los versículos 22 y 23 del capítulo 5 de este parashá, resulta obvio que Moshé interpela al Eterno duramente, poniendo en duda la efectividad de su plan para salvar a Israel. 

Esta actitud expresa una terrible decepción, un sentimiento de impotencia y hasta de auto culpabilidad muy profundos, por haber provocado personalmente la desquiciada actual situación del pueblo hebreo, y todo lo que estaba aconteciendo, era en absoluta contradicción con su estricto y

peculiar sentido de la justicia.

De todas maneras, y aunque esta acusación es sostenida por una contundente realidad, es indudable que ella nace de una reacción irreflexiva, dado que él debería haber recordado la temprana advertencia expresada por Hashem, de que el Faraón no dejaría ir al pueblo y de que, por ende, su misión no iba a ser tan fácil.

Sin embargo, lo que sí ha quedado claro en este pasaje y que no se puede descartar, es la valiente actitud de Moshé que, asumiendo la total

responsabilidad de lo acontecido con su pueblo, enfrenta sin vacilar a Hashem

con duros términos, exponiéndose con sus preguntas y apelaciones, a la ira y el castigo Divinos. Pero lo más fascinante de este pasaje, es que su irreflexiva actitud coincide de manera inequívoca, con la singular personalidad de este gran protagonista de la Torá. Contrariamente a lo que pudiésemos haber previsto, Hashem no se encoleriza con Moshé por la dureza de sus recriminaciones, no le responde de acuerdo con sus acusaciones ni tampoco trata de justificarse ante ellas, comprendiendo seguramente los motivos que impulsaron a Moshé a actuar de esa forma. 

Por el contrario, sencillamente y sin dilaciones le expone lo que habrá de ocurrir de inmediato, adoptando una actitud absolutamente pragmática para con su enviado. El Eterno no se enardece por su aparente falta de respeto hacia El, sabiendo que no se deben tomar en cuenta, las palabras expresadas por personas sumidas en momentos de angustia y dolor. Ni tampoco acomete contra él ni le reprocha que lo ocurrido ya le fue preanunciado por El en Midián, para no profundizar las heridas abiertas en el alma de su enviado, con un innecesario sermón en busca de responsables de una situación a la que Él, de inmediato, habrá de darle solución.

En este episodio, el Eterno solamente desea tranquilizar a su anonadado profeta, concediéndole para ello lo que Él más necesitaba: El bálsamo que representaba su inmediata reacción a sus reproches, y que se expresaba cabalmente, en su inequívoca promesa de libertad, para el pueblo de Israel. Por supuesto, éstas son solo especulaciones, porque no se puede pretender invocar el absoluto conocimiento de los “pensamientos del Creador”, pero la maravillosa experiencia de aprender el contenido de la Torá se fundamenta en estudiar, analizar y ” aventurarnos a descifrar” el magnífico contenido de la palabra del Eterno. Baruch Hashem!!

Shabbat Shalom!!

Alejandro Alvarado